jueves, 22 de diciembre de 2022

Lo que aprendí (sobre Messi) viajando [escrito por mi hijo Luis Firmat en el 2016]

Hace más de dos años que no vivo en Argentina. No vi ninguna de las ya famosas 3 finales en mi casa ni rodeado de los míos. Siempre lejos y con los amigos del momento. 

La del Mundial, recién salido de Argentina y por la importancia, la sufrí como puede haber sufrido cualquier compatriota en terreno local, como solía sufrir el fútbol antes. En la primera de la Copa estaba ya un poco más tranquilo y el haberla compartido con un chileno frente al televisor me ayudo a bajar la ansiedad y entender que perder no era algo tan terrible (porque había un amigo, frente a mí, feliz). Esta última fue muy distinta, al punto de sorprenderme a mí mismo y a quienes miraban el partido conmigo (un argentino y un vasco-argentino). No sentía presión, tenía demasiada confianza y estaba convencido que el Universo y los planetas estaban conspirando para que la fiesta fuera total. La noche anterior a la final, en un asado chileno-argentino, le compartí esta sensación a un amigo argentino. Estaba convencido, lo sentía muy adentro, como si ya hubiera sucedido en algún nivel del Cosmos y acá lo fuésemos a ver por diferido. Me falló la brújula, perdón.   

Esa misma noche no me pude dormir, pero no por los nervios, estaba tranquilo, nada me turbaba, sentía seguridad. Me quedé viendo videos de Messi hasta tarde, disfrutando los vistos miles de veces y descubriendo nuevos, hasta que me topé con uno que no había visto nunca (suena parecido al relato de Messi es un perro, lo sé). El video trata sobre las reacciones de rivales, compañeros y entrenadores ante los lujos y maravillas que este monstruo hace con la pelota. Lo miraba y sonreía, me deleitaba con cada reacción. Fascinación, alegría, sorpresa, frustración, decepción, todo era válido, todo al mismo tiempo. En ese momento, casi a las dos de la mañana australiana, me empezó a caer una ficha que no terminé de entender hasta que perdimos la final. A mí me gusta verlo jugar a Messi, con la del Barca o con la albiceleste. Me puedo quedar horas mirando sus goles y jugadas. En los últimos años vi más a Messi en Youtube que en partidos en vivo y en directo. Es todo lo que puedo hacer en esta vida nómade para saciar mi amor por la pelota. Esto me permitió desprenderme de lo que ahora entiendo, es lo menos importante: el resultado. Esos videos son compilados y como al Messi-perro, no les importa el resultado.   

Viajar me enseñó eso, a desprenderme. Lo bienes materiales se me han vuelto menos importantes, el futuro y el pasado ya no me preocupan como solían hacerlo. El dinero, como la cantidad de copas levantadas, son numeritos. Aprendí que la plata va y viene, que lo importante son las personas, las amistades, los vínculos, las alegrías compartidas y el estar también en las malas (porque en las buenas está cualquiera). Ahora mi valija, la de las preocupaciones, viaja bien liviana, que no es lo mismo que vacía. Hice carne aquella frase dicha mil veces que dice que lo más importante no es el destino sino el viaje. La siento y la trato llevar a mi vida, salgo de las palabras escritas una y otra vez y me hago parte de la metáfora en cada rincón. No me importa que no hayamos ganado esa Copa, me quedo con los goles, la ilusión y la vida que se desplegó en el camino.   

Cuando perdimos me puse muy triste, pero no por lo que resulta obvio al primer análisis. Me puse triste por Messi, por ese pibe que es solo 10 días más joven que yo y se banca tanto que me da escalofríos solo imaginarme en sus zapatos. Me puse mal por esa persona que estaba llorando en la pantalla y también en un estadio al otro lado del mundo. Miraba la tele y solo pensaba en darle un abrazo y no decirle nada, como los chilenitos el año pasado, porque no parecían haber palabras para contener tanta expectativa desecha. Escribo y me angustio de solo pensar lo mal que la debe haber pasado.   

Mucho se ha escrito de todo lo que se bancó desde los 11 años, no hace falta repetirlo ni recordarle a sus detractores que los pecho frío son ellos. Solo quiero compartir mi experiencia, el cómo haber vivido viajando estos últimos años me hizo crecer en empatía y abandonar la necesidad de siempre buscar un culpable. No le voy a pedir a Messi que siga en la Selección, no soy quién, no estoy ni cerca de poder entender cuánto ha sufrido en cada final perdida, cargando con la expectativa de los famosos pecho frío y de los hinchas de verdad. Mi empatía creció, es cierto, pero tampoco tanto, porque lo de Messi está por fuera de la comprensión humana (ya sea porque lo consideren un perro o un extraterrestre). Verlo angustiarse me recordó que Lionel es una persona, no es una máquina, tiene sentimientos y tiene límites, como cualquier otro mortal sobre la Tierra. Si quiere dejar la Selección porque es lo que necesita, se lo respeto. Porque viajar me enseñó a no juzgar, porque es imposible ponerse en la piel del otro. Podemos acompañar, podemos sentir empatía y dar un abrazo silencioso cuando ya no existan palabras de aliento, pero no podemos juzgar porque no somos el otro, no estamos en su cabeza, no vivimos su historia ni conocemos el dolor de sus heridas. Él es un ejemplo, todos los ojos del mundo se posan en su persona y muchos lo juzgan como si fuesen los fiscales del Juicio Final, pero nadie trata de entender que es uno más, con todas las limitaciones que tiene el alma humana.   

Claro que no me gustaría que deje la Selección, no hay nada más apasionante que verlo haciendo goles, bailando rivales y sacando sonrisas de las caras más duras, todo con la camiseta más linda que mi ojos pueden reconocer (también soy hincha de Racing). El solo hecho de pensar que no habrá nuevos videos en Youtube, me genera algo en el estómago.

De entre todas sus imágenes, mi favorita es aquella cuando al final del festejo de gol levanta el dedo índice y dibuja pequeños círculos imaginarios en el aire, dando a entender que el gol es de todos, que podemos confiar en él para que nos siga regalando más. Es eso, nos invita a confiar, nos comparte su magia con una solidaridad que no espera nada a cambio. Eso es algo hermoso que te da el viajar, la capacidad de reconocer, aceptar y agradecer la bondad sin exigencias, porque a veces no tenés mucho más para dar que un ‘gracias’ y una sonrisa. Pero hay mezquinos que no lo ven así, que parece nunca comprenderán que es más placentero el viaje que el destino, la magia que la lógica, el recibir y el dar sin compromisos, sin exigencias ni expectativas, sin pasado ni futuro. Qué importa quién te da, qué importa a quien le das. Como el mate o el vaso de agua, que no se le niegan a nadie. Eso hizo él, entendió que el viaje era parte del destino incierto y nos invitó, con el gesto del dedo, a subirnos al barco de la ilusión, un barco lleno de aventuras pero sin puerto asegurado.   

Esta ficha es la que me empezó a caer y sigue maquinando, por eso el desorden de las ideas. Mi mente las procesa así, intensas, movedizas, curiosas.   

Messi es una persona, un viajero solidario, desinteresado, deseoso de alegría, magia y sorpresa. Sabe que no es fácil y que los momentos malos existen. Se hace fuerte en el camino, fruto de las alegrías y las adversidades. Ese crecimiento es el que lo mantiene en movimiento constante y muchas veces cansador. Por eso, cada tanto, le dan ganas de volver a casa, de resguardarse en un abrazo de sentimiento materno, que calma el llanto y da seguridad. Porque nadie es capaz de todo, ni Lionel Andrés ni Diego Armando. Ni vos ni yo. Nadie.   

No tengo más que palabras de agradecimiento por haber viajado con él y poder usar lo aprendido en estos años para empezar entenderlo, no solo al jugador, sino a la persona. Escucho y leo cartas y columnas dándole motivos para seguir, pidiéndole de una y mil formas que no lo haga, que no se rinda ante esos pocos, que parece que otra vez, están pudiendo más que unos cuántos. Todos los mensajes vienen cargados de amor, coraje y aliento. Tal vez ni los escucha (ni a los pocos ni a los cuántos), tal vez está cansado de luchar porque es humano, tal vez hoy no hay palabras que puedan llenar ese vacío que se agigantó en cada uno de estos tres años. No menospreciemos que haya llegado hasta acá, seamos agradecidos con lo que nos ha dado, con todos los videos de Youtube que le podremos mostrar a nuestros nietos. Imagino que hay quienes podrán pensar que esto es mediocridad o conformismo, pero les aseguro que es todo lo contrario. Al aceptar la vida entendemos que ‘éxito’ es solo una palabra y borramos ‘fracaso’ de nuestro diccionario. Al aceptar la vida nos desprendemos de las preocupaciones, de ambiciones impuestas, de lo materialmente excesivo, vivimos más felices, con la mente más tranquila y abierta.    

Solo le deseo que encuentre paz, ya sea en un asado familiar en su querida Rosario o volviendo a entrenar a Ezeiza en unos meses. Él sabrá encontrar, como el viajero que confía, el momento y el camino.